Todavía resuena la emoción que sentimos al saber que Jorge Mario Bergoglio había sido elegido Papa de la Iglesia Católica. Fue un sentir colectivo lleno de esperanzas,un palpitar que nos unió en charlas improvisadas, en risas espontáneas, en diálogos fortuitos en los que el común denominador era que un papa latinoamericano,un papa argentino, había ingresado en la historia de la iglesia de forma asombrosa. Era nuestro, y nos permitió disfrutar la elección como una forma de universalización de esta parte rezagada del mundo. Que él fuera elegido Papa nos hacía visibles y nos ayudaba a sentir aquello tan evangélico según lo cual los últimos posiblemente serán los primeros. A 10 años de este inolvidable 13 de marzo, quiero expresar el afecto profundo por quien ha hecho de la Iglesia Católica un lugar distinto a un espacio físico cerrado y hermético. Después de Francisco y de su paso por la Iglesia, volvimos a creer en la austeridad de los primeros discípulos, en las mujeres que acompañaron al Maestro en sus itinerarios, en el amor y la predilección por los excluidos, en un Evangelio que se desgarra en los entramados de un mundo con guerras insalvables, catástrofes climáticas emergentes del mal uso de nuestra casa común y sociedades donde conviven la opulencia y la miseria. Mi homenaje profundo a quien enfatizó el diálogo interreligioso, la inclusión, la austeridad franciscana; incomprendido, vapuleado y perseguido, sigue de pie y resplandece. Resuenen en sus oídos las palabras de Cristo: “No temáis, yo he vencido al mundo”.
Graciela Jatib
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